ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias

Oración por los enfermos

En la Basílica de Santa María de Trastévere se reza por los enfermos.
Recuerdo de san Juan Damasceno, padre de la Iglesia y monje, que vivió en Damasco en el siglo VIII, repartió sus bienes a los pobres y entró en la laura de San Sabas, en las inmediaciones de Jerusalén. Oración por los cristianos en Siria.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 4 de diciembre

En la Basílica de Santa María de Trastévere se reza por los enfermos.
Recuerdo de san Juan Damasceno, padre de la Iglesia y monje, que vivió en Damasco en el siglo VIII, repartió sus bienes a los pobres y entró en la laura de San Sabas, en las inmediaciones de Jerusalén. Oración por los cristianos en Siria.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 8,5-11

Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos.» Dícele Jesús: «Yo iré a curarle.» Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: "Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace.» Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos,

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este centurión que deja la casa para ir donde Jesús e invocar la curación es un hombre del Adviento, un hombre que no se resigna a la enfermedad de su criado. Es una invitación también para nosotros, para que nos dirijamos al Señor para que intervenga y traiga curación y salvación. El centurión tenía todos los motivos para quedarse encerrado en la resignación. No sólo no participa de la fe de Israel, sino que es también un ocupante militar. Todas estas razones deberían impedirle dirigirse a un Maestro judío para pedirle ayuda. Sin embargo, está preocupado por su criado que está mal. Esta preocupación le empuja a salir para acudir donde Jesús. Intuye que es suficiente con poner un poco de su corazón en esas manos buenas y será escuchado. Jesús lee en el corazón del centurión y, con la generosidad de quien sabe conmoverse, va más allá de su petición y le responde que irá a su casa para curar al criado. Ante aquel profeta que viene de Dios, ese centurión comprende de inmediato su pobreza y su pequeñez. Y rebate a Jesús que no es digno de que vaya a su casa. Sabía que para los judíos ir a las casas de los paganos podía constituir una contaminación. Siente vergüenza ante un hombre tan bueno y no quiere ponerle en dificultad. Sin embargo, no duda de la bondad de Jesús y muestra su fe en la fuerza de la palabra que, cuando se pronuncia con la autoridad del corazón, se vuelve eficaz. Y he aquí que pronuncia esas espléndidas palabras que la liturgia -haciendo suyo el estupor de Jesús- sigue poniendo en nuestros labios: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano". Jesús elogia su fe extraordinaria. Es un pagano pero tiene una fe grande. En efecto, la fe no es pertenencia a un grupo sino adhesión del corazón a Jesús. Y ese centurión escucha que le dice: "Anda; que te suceda como has creído". Se podría decir que el Señor se ha doblegado a su fe. Y el criado enfermo se curó "en aquella hora", advierte el evangelista como para mostrar los efectos inmediatos de la fuerza de la palabra de Jesús. En verdad también se ha curado aquel centurión: en el encuentro con Jesús ha descubierto que es indigno, pero ha encontrado a quien le comprende en profundidad. El centurión está hoy delante de nosotros para indicarnos cómo ir al encuentro del Señor que está por venir.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.