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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

V del tiempo ordinario
Recuerdo de Santa Escolástica (( ca. 547), hermana de San Benito. Con ella recordamos a las ermitañas, las monjas y las mujeres que siguen al Señor.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 10 de febrero

V del tiempo ordinario
Recuerdo de Santa Escolástica (( ca. 547), hermana de San Benito. Con ella recordamos a las ermitañas, las monjas y las mujeres que siguen al Señor.


Primera Lectura

Isaías 6,1-2.3-8

El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado, y sus haldas llenaban el templo. Unos serafines se mantenían erguidos por encima de él; cada uno tenía seis alas: con un par se cubrían la faz, con otro par se cubrían los pies, y con el otro par aleteaban, Y se gritaban el uno al otro:
"Santo, santo, santo, Yahveh Sebaot:
llena está toda la tierra de su gloria.". Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz de los que clamaban, y la Casa se llenó de humo. Y dije:
"¡Ay de mí, que estoy perdido,
pues soy un hombre de labios impuros,
y entre un pueblo de labios impuros habito:
que al rey Yahveh Sebaot han visto mis ojos!" Entonces voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas había tomado de sobre el altar, y tocó mi boca y dijo:
"He aquí que esto ha tocado tus labios:
se ha retirado tu culpa,
tu pecado está expiado." Y percibí la voz del Señor que decía:
"¿A quién enviaré? ¿y quién irá de parte nuestra"?

Dije: "Heme aquí: envíame."

Salmo responsorial

Salmo 137 (138)

Te doy gracias, Yahveh, de todo corazón,
pues tú has escuchado las palabras de mi boca.
En presencia de los ángeles salmodio para ti,

hacia tu santo Templo me prosterno.
Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad,
pues tu promesa ha superado tu renombre.

El día en que grité, tú me escuchaste,
aumentaste la fuerza en mi alma.

Te dan gracias, Yahveh, todos los reyes de la tierra,
porque oyen las promesas de tu boca;

"y cantan los caminos de Yahveh:
""¡Qué grande la gloria de Yahveh! "

"¡Excelso es Yahveh, y ve al humilde,
al soberbio le conoce desde lejos!"""

Si ando en medio de angustias, tú me das la vida,
frente a la cólera de mis enemigos, extiendes tú la
mano
y tu diestra me salva:

Yahveh lo acabará todo por mí.
¡Oh Yahveh, es eterno tu amor,
no dejes la obra de tus manos!

Segunda Lectura

Primera Corintios 15,1-11

Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué... Si no, ¡habríais creído en vano! Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo. Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios. Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. Pues bien, tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 5,1-11

Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.» Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes.» Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.» Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres.» Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

"Dejándolo todo, le siguieron", concluye el pasaje evangélico. Se puede decir que éste es el verdadero "milagro" de la pesca en el lago. Jesús es el primer pescador de hombres. Se encuentra casi asediado por la multitud -"la gente se agolpaba a su alrededor", escribe el texto. Finalmente aquellos hombres y aquellas mujeres "vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor" habían encontrado a un hombre que sabía hablar a sus vidas. Muchos corrían hacia él y trataban de acercarse, de tocarle, hasta el punto de empujarle peligrosamente hacia el agua. Jesús no se alejó molesto. Ve allí dos barcas amarradas y pide subir a una de ellas -la de Simón. Y desde la barca habla a la multitud. La barca de Simón se convierte en el púlpito desde el cual Jesús enseña a la multitud. Jesús Maestro (Christòs Didàskalos) es el icono central de la vida cristiana.
Es sólo después de su predicación que la "barca de Pedro" puede "bogar mar adentro" y adentrarse en el mar profundo de la vida. En efecto, la fuerza de esta barca (como de cada uno de sus pasajeros) nace de la orden de Jesús. No importa que el mandato parezca humanamente inconcebible o extraño, como advierte Pedro de inmediato: "Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada". El discípulo continúa diciendo: "Pero, por tu palabra, echaré las redes". La obediencia a la palabra de Jesús provoca una pesca extraordinaria: "Y, haciéndolo así (obedeciendo) pescaron gran cantidad de peces". También nuestro mundo, el de hoy, marcado por "aguas profundas" como le gustaba decir al papa San Pablo VI, necesita esta barca y pescadores obedientes al Evangelio. No hay duda de que los creyentes (todos los cristianos, pequeños y grandes), especialmente hoy, deben reencontrar la fe de Pedro. No es cuestión de sentirse puros y sin mancha. Ciertamente Pedro no era inmune al pecado: los Evangelios nos lo muestran no pocas veces débil y traidor, pero supo arrodillarse.
Este hombre que el Evangelio nos muestra de rodillas ante Jesús es la imagen del verdadero creyente. Pedro reconoce en Jesús al "Kyrios", el verdadero señor de su vida. Se postra ante él y exclama: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador". Es la oración de un pecador que encuentra un Dios lleno de amor y de compasión. En efecto, Dios no se aleja nunca del pecador sino que se acerca, e incluso va a buscarlo. Jesús, el enviado de Dios, no ha venido para rodearse de justos sino de culpables, no ha ido al encuentro de los sanos sino de los enfermos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.