ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Oración con María, madre del Señor

Fiesta de la beata Virgen María, madre de la Iglesia.
Recuerdo de san Pablo VI (+1978), papa.
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Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Lunes 29 de mayo

Fiesta de la beata Virgen María, madre de la Iglesia.
Recuerdo de san Pablo VI (+1978), papa.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 19,25-34

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed.» Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu. Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado - porque aquel sábado era muy solemne - rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras haber celebrado la gran fiesta de Pentecostés, que fue el inicio de la Iglesia en el mundo, la liturgia nos invita a contemplar a María con el título de madre de la Iglesia. Podríamos decir que su maternidad se ve ya claramente a los pies de la cruz, cuando el mismo Jesús le dice: "Mujer, ahí tienes a tu hijo", y al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Estas palabras de Jesús hablan a nuestra vida, a cada uno de nosotros, que fácilmente intentamos ponernos a salvo, evitar los problemas, alejar el sufrimiento y no hacemos frente al mal. María tal vez aquel día comprendió la verdad de las palabras que Simeón le había dicho: "A ti misma una espada de atravesará el alma" (Lc 2,35), del mismo modo que la lanza atravesó el costado de Jesús. Se podría decir que allí donde se forma una comunidad de discípulos a los pies de la cruz, signo de todo sufrimiento humano, allí está la Iglesia. Tenemos que estar al lado de todos los calvarios del mundo, al lado de todos los crucifijos para recibir el consuelo de encontrar una madre y un hijo, para tener hermanos y hermanas, que no nos abandonan ni nos dejan solos. "Desde aquella hora -dice el Evangelio- el discípulo la acogió en su casa." Acoger en casa, en el corazón, a la madre de Jesús significa estar con ella a los pies de las cruces del mundo como un signo de esperanza y de inicio de una vida nueva, de una nueva familia que se forma. El icono de la crucifixión, con María y Juan a los pies de la cruz, es el modelo de la Iglesia, de toda comunidad cristiana.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.