Desde Ucrania llegan las voces de quienes lo han perdido todo y de quienes viven la solidaridad a pesar de la guerra

Hace unos días, Eugene de Ucrania explicó lo que la Comunidad de Sant'Egidio está haciendo desde el comienzo de la guerra para ayudar a quienes se han quedado en el país y son más frágiles. Queremos compartir con vosotros su experiencia.

El anciano de la foto recuerda la mañana del 24 de febrero de 2022. Los bombardeos iluminaban el cielo como relámpagos y se oían ruidos como de truenos. El techo temblaba con cada explosión. Él es de Vasilkov, cerca de Kiev. Y ahora está aquí conmigo, en Ivano-Frankivsk. Yo también soy de Kiev: somos casi vecinos, porque en Kiev yo vivía en un barrio que está en la carretera que va a Vasilkov. Le digo que aquel 24 de febrero, a mí también me despertó el ruido de una explosión a las 5:30. Él y miles de personas más acuden a nosotros en Sant'Egidio.
Cada día oímos multitud de historias. Algunos dicen la ciudad de la que vienen y empiezan a llorar, porque la ciudad ya no existe.
Intentamos escuchar a todos. He aquí algunos fragmentos de las muchas historias que hemos recopilado:

«Pasamos tres semanas en el sótano y solo comimos arroz... Ahora los niños me preguntan: «¡Mamá, queremos carne!»

«¿Qué puedo decir de mi barrio?  Mi barrio ya no existe»

«Tuvimos suerte, las bombas cayeron en la casa de al lado»

«Tres salieron del sótano, cayó una bomba, solo sobrevivió uno»

«En 2014 estuve en Donetsk y tuve que irme a Kramatorsk, en 2022 me mudé a Bucha...»

«Vi cómo disparaban a mi vecino»

«Un hombre que trabaja en una mina no puede dejar su puesto de  trabajo»

«Caminé por la nieve desde Severodonetsk hasta Lysychansk. No está lejos», nos dice una anciana, ¡pero es una distancia de 10 kilómetros!

«Un misil impactó en nuestra ciudad»

«Papá murió a principios de marzo»

Solo puedo imaginar lo que la gente ha vivido durante estos 100 días de invasión rusa a gran escala.
Escuchar, abrazar, ayudar es lo mínimo que se puede hacer. Pero es absolutamente necesario escuchar. Sin dar muchos consejos y sin moralismos. Solo hay que escuchar. Si te escuchan todo es más fácil y vuelves a sonreír. Estás triste pero tienes una sonrisa.
En estos 100 días, a través de las personas de Mariúpol, Jerson, Berdyansk, Severodonetsk, Bajmut, Horlivka, Sumi, Lysychansk, Druzhkivka, etc., que vienen a nosotros, he empezado a entender mejor el país donde vivo.
Estoy aprendiendo a escuchar. Escucharse unos a otros es útil para todos.
 

 

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