ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 11 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gálatas 6,1-10

Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado. Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo. Porque si alguno se imagina ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. Examine cada cual su propia conducta y entonces tendrá en sí solo, y no en otros, motivo para glorificarse, pues cada uno tiene que llevar su propia carga. Que el discípulo haga partícipe en toda suerte de bienes al que le instruye en la Palabra. No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará: el que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien; que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos. Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Anteriormente Pablo había indicado que la libertad del cristiano consiste en amar. Ahora hace algunas recomendaciones concretas empezando por la necesidad de perdonar y de corregir como partes integrantes del amor. Si alguno de los hermanos comete alguna falta, no hay que condenarle sino corregirle "con espíritu de mansedumbre", es decir, con amor y humildad. Cuando corregimos a nuestro hermano no debemos olvidar que también nosotros somos débiles y pecadores. Pablo, como experto conocedor del alma humana, nos recuerda como hizo con los corintios: "El que crea estar en pie, mire no caiga" (1 Co 10,12). Es sabiduría evangélica la que nos impulsa a "ayudarnos mutuamente a llevar nuestras cargas". El cristiano es libre de todo yugo, de todo vínculo, salvo el del amor fraterno. Y el apóstol afirma que en este amor "se cumple la ley de Cristo". Es exactamente lo contrario de la mentalidad habitual que nos lleva a pensar solo en nosotros mismos, a llevar con tristeza nuestra carga y dejar solos a los demás con la suya. Hay una especie de "Evangelio del mundo" por el que la gente repite en todas partes y a cualquier edad: "Piensa en ti". En realidad, necesitamos ayudarnos mutuamente. Aquel que se deja tentar por el orgullo se engaña a sí mismo porque esconde su radical debilidad. Si reflexionamos un poco sobre nosotros mismos descubriremos que tenemos un límite y que necesitamos a los demás. El apóstol exhorta a escuchar la Palabra de Dios porque de ella recibimos no solo la verdad sobre nosotros mismos, sino también la fuerza para derrotar el mal y para hacer el bien. Aquel que se deja guiar por la Palabra de Dios y por su Espíritu cosechará frutos espirituales. Por el contrario, aquel que siembra egoísmo recogerá los frutos amargos de la carne. Pablo exhorta a los gálatas a hacer el "bien a todos", sin excluir a nadie. Y a hacerlo sin demora, es decir "mientras tengamos oportunidad". No podemos ni posponer ni aplazar el amor. Según lo que hagamos a ese respecto seremos juzgados.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.