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Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Fiesta del Cristo Negro de Esquipulas (Guatemala), venerado en toda América Central. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 15 de enero

Fiesta del Cristo Negro de Esquipulas (Guatemala), venerado en toda América Central.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 2,1-12

Entró de nuevo en Cafarnaúm; al poco tiempo había corrido la voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio, y él les anunciaba la Palabra. Y le vienen a traer a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la multitud, abrieron el techo encima de donde él estaba y, a través de la abertura que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados.» Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?» Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o decir: "Levántate, toma tu camilla y anda?" Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados - dice al paralítico -: A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.» Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La lectura del Evangelio de Marcos continúa. Habían pasado días desde que Jesús iba a los distintos pueblos de la región a predicar el Evangelio. Ahora regresa de nuevo a Cafarnaún y va otra vez a la casa de Pedro. Los habitantes de la ciudad y de la región alrededor de Cafarnaún pensaban que con Jesús había llegado el tiempo nuevo, de la salud y la paz. Incluso un paralítico sintió que su curación no era solo un sueño imposible. Algunos amigos, esperando su curación, le tomaron y le llevaron a Jesús. Cuando llegan a la puerta, no logran entrar debido a la gran multitud. Para nada resignados, suben al tejado de la casa con el paralítico, lo destapan y bajan al enfermo a la habitación donde estaba Jesús. Es sorprendente el amor, la perseverancia y la creatividad de estos amigos por aquel enfermo. No solo no se resignan ante las dificultades que encuentran, como nos sucede a menudo a nosotros que cedemos ante la primera dificultad que encontramos, sino que se inventan lo imposible para ayudarle. La insistencia del amor que esos cuatro amigos tienen por el paralítico y la confianza que vuelven a depositar en la fuerza curativa de ese joven profeta son los dos pilares que nos introducen en el milagro que está a punto de suceder. Pero allí les espera mucho más que el milagro. Jesús le da a aquel paralítico la alegría plena del Reino, la curación del cuerpo y la del corazón. El evangelista comienza a señalar la oposición de los escribas a su misericordia. Jesús, consciente de esta oposición, en cuanto ve al paralítico, de una sola vez, manifiesta el poder del nuevo reino: no solo le hace levantarse de su camilla sino que también le perdona sus pecados. Aquel paralítico queda completamente curado. Él también, como todos los demás, necesitaba ser curado en el corazón, no solo en el cuerpo. En resumen, todos debemos mirar hacia Jesús. Ese paralítico se convertía, si podemos decirlo así, en un ciudadano del nuevo reino. En resumen, todos estamos llamados a convertirnos al Evangelio: pecadores, enfermos y pobres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.