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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

II de Pascua
Domingo de la Divina Misericordia. Recuerdo de Tijón, patriarca de Moscú y de todas las Rusias, muerto en 1925, y con él de todos los confesores y mártires de la Iglesia ortodoxa rusa durante el régimen comunista. Recuerdo del genocidio de 1994 de Ruanda.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 7 de abril

II de Pascua
Domingo de la Divina Misericordia. Recuerdo de Tijón, patriarca de Moscú y de todas las Rusias, muerto en 1925, y con él de todos los confesores y mártires de la Iglesia ortodoxa rusa durante el régimen comunista. Recuerdo del genocidio de 1994 de Ruanda.


Primera Lectura

Hechos de los Apóstoles 4,32-35

La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos. Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad.

Salmo responsorial

Salmo 117 (118)

¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterno su amor!

¡Diga la casa de Israel:
que es eterno su amor!

¡Diga la casa de Aarón:
que es eterno su amor!

¡Digan los que temen a Yahveh:
que es eterno su amor!

En mi angustia hacia Yahveh grité,
él me respondió y me dio respiro;

Yahveh está por mí, no tengo miedo,
¿qué puede hacerme el hombre?

Yahveh está por mí, entre los que me ayudan,
y yo desafío a los que me odian.

Mejor es refugiarse en Yahveh
que confiar en hombre;

mejor es refugiarse en Yahveh
que confiar en magnates.

Me rodeaban todos los gentiles:
en el nombre de Yahveh los cercené;

me rodeaban, me asediaban:
en el nombre de Yahveh los cercené.

Me rodeaban como avispas,
llameaban como fuego de zarzas:
en el nombre de Yahveh los cercené.

Se me empujó, se me empujó para abatirme,
pero Yahveh vino en mi ayuda;

mi fuerza y mi cántico es Yahveh,
él ha sido para mí la salvación.

"Clamor de júbilo y salvación,
en las tiendas de los justos:
""¡La diestra de Yahveh hace proezas, "

"excelsa la diestra de Yahveh,
la diestra de Yahveh hace proezas!"""

No, no he de morir, que viviré,
y contaré las obras de Yahveh;

me castigó, me castigó Yahveh,
pero a la muerte no me entregó.

¡Abridme las puertas de justicia,
entraré por ellas, daré gracias a Yahveh!

Aquí está la puerta de Yahveh,
por ella entran los justos.

Gracias te doy, porque me has respondido,
y has sido para mí la salvación.

La piedra que los constructores desecharon
en piedra angular se ha convertido;

esta ha sido la obra de Yahveh,
una maravilla a nuestros ojos.

¡Este es el día que Yahveh ha hecho,
exultemos y gocémonos en él!

¡Ah, Yahveh, da la salvación!
¡Ah, Yahveh, da el éxito!

¡Bendito el que viene en el nombre de Yahveh!
Desde la Casa de Yahveh os bendecimos.

Yahveh es Dios, él nos ilumina.
¡Cerrad la procesión, ramos en mano,
hasta los cuernos del altar!

Tú eres mi Dios, yo te doy gracias,
Dios mío, yo te exalto.

¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterno su amor!

Segunda Lectura

Primera Juan 5,1-6

Todo el que cree que Jesús es el Cristo
ha nacido de Dios;
y todo el que ama a aquel que da el ser
ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos
que amamos a los hijos de Dios:
si amamos a Dios
y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios:
en que guardemos sus mandamientos.
Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios
vence al mundo.
Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es
nuestra fe. Pues, ¿quien es el que vence al mundo
sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino
por el agua y por la sangre: Jesucristo;
no solamente en el agua,
sino en el agua y en la sangre.
Y el Espíritu es el que da testimonio,
porque el Espíritu es la Verdad.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 20,19-31

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió,
también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados,
les quedan perdonados;
a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos.» Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.» Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.» Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.» Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído.
Dichosos los que no han visto y han creído.» Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homilía

Este segundo domingo de Pascua está dedicado a la misericordia de Dios. Fue instituido por Juan Pablo II, que aceptó una indicación de la hermana polaca Faustina Kowalska, una mujer que difundió la devoción a la misericordia de Dios a partir de 1931. Eran tiempos terribles para Europa, que estaba a punto de caer en el abismo de la Segunda Guerra Mundial, esta monja intuyó la necesidad de misericordia. E insistió en que el domingo después de la Pascua se dedicara a la misericordia. Decía: en la muerte y resurrección del Señor, la misericordia de Dios había alcanzado el culmen, la plenitud.
El evangelista Juan nos retrotrae a la tarde de Pascua y a la tarde de ocho días después, como para marcar el tiempo de la Iglesia, de domingo en domingo. Cada domingo, el Resucitado vuelve en medio de sus discípulos. A ellos les costó reconocerle, como nos cuesta a menudo a nosotros, presos de nosotros mismos, de nuestros pensamientos. Jesús resucitado muestra las heridas de su cuerpo. Es el signo que abre los ojos de los discípulos. Jesús resucitado está marcado por las heridas. Como para representar a los muchos crucificados de la Tierra aún hoy. Él, el misericordioso, se deja herir por el grito de los pobres. No hay resurrección sin tomar sobre su propio cuerpo las heridas de los hombres. Así es para la Iglesia: comunidad de discípulos enviados por el Resucitado para perdonar, curar y desarmar los corazones de violencia.
Es el camino de la misericordia que el Señor sigue recorriendo sin descanso. Ocho días después, el Señor vuelve, viene entre nosotros y habla también a esa parte de Tomás que está presente en el corazón de cada uno de nosotros. Comienza repitiendo el saludo de paz: "La paz con vosotros". E inmediatamente se dirige a Tomás, invitándole a tocar sus llagas con las manos. Y añade: "¡No seas incrédulo, sino creyente!". Y Tomás profesa su fe: "Señor mío y Dios mío". El "mirar" indica una mirada intensa que capta el misterio de aquel cuerpo "traspasado".
Jesús proclama aquí la última bienaventuranza del Evangelio, la que fundamenta a las generaciones que se unirán al grupo de los Once desde entonces hasta ahora. ¿Qué significa la bienaventuranza de la fe sin ver? El episodio de Tomás sugiere que la fe, a partir de entonces, no nace de ver a Jesús como los apóstoles, sino de escuchar el Evangelio y de tocar las llagas del cuerpo resucitado de Jesús.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.