ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Vigilia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Vigilia
Sábado 13 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,16-21

Al atardecer, bajaron sus discípulos a la orilla del mar, y subiendo a una barca, se dirigían al otro lado del mar, a Cafarnaúm. Había ya oscurecido, y Jesús todavía no había venido donde ellos; soplaba un fuerte viento y el mar comenzó a encresparse. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, ven a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo. Pero él les dijo: «Soy yo. No temáis.» Quisieron recogerle en la barca, pero en seguida la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús, después de la multiplicación de los panes, viendo que la multitud quería hacerle rey, huye solo al monte. Los discípulos, a quienes había dejado solos, toman la barca y se dirigen a Cafarnaún. Regresan a casa. Era de noche, señala el evangelista. No tanto por la hora, sino por la ausencia de Jesús y además porque el lago está agitado. Es una escena que simboliza las innumerables tempestades que surgen en la vida de todos y que siempre nos encuentran temerosos y asustados. A veces, el abismo del mal que parece adueñarse de los hombres nos asusta y nos hace dudar y tener poca esperanza en nuestro futuro y en el del mundo. En verdad, Jesús no está lejos, ni siquiera en los momentos oscuros y más dramáticos. Jesús sigue "caminando" también hoy sobre las aguas tempestuosas de la historia humana, en medio de las olas y las dudas que nos asaltan y nos hacen la vida triste y difícil. En realidad, somos nosotros quienes nos olvidamos de él o, peor aún, le evitamos, como les sucedió a los apóstoles aquella tarde. El evangelista escribe que ellos "vieron a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo". ¡Cuántas veces también nosotros, en vez de dejarnos consolar y tranquilizar por el Evangelio y por nuestros hermanos, preferimos quedarnos solos con nuestro miedo! Al fin y al cabo, el miedo es un sentimiento tan natural y espontáneo que parece "nuestro" incluso más que la cercanía del Señor. La verdad, afortunadamente, es otra: el amor de Jesús por nosotros es más firme que nuestro miedo. Aunque a veces prefiramos aferrarnos a la barca de nuestra seguridad ilusoria, creyendo con orgullo que nosotros, solos, podemos dominar cada huracán de la vida, Jesús se acerca y nos dice también a nosotros: "Soy yo. No temáis". Estas son las palabras buenas que Jesús repite a sus discípulos cada vez que se proclama el Evangelio. La seguridad del discípulo no se basa en sus propias fuerzas o experiencias, sino en la confianza en el Señor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.