ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Santa Cruz
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Santa Cruz
Viernes 19 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,52-59

Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo:
si no coméis la carne del Hijo del hombre,
y no bebéis su sangre,
no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene vida eterna,
y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en mí,
y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado
y yo vivo por el Padre,
también el que me coma
vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo;
no como el que comieron vuestros padres,
y murieron;
el que coma este pan vivirá para siempre.»
Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Esta página del Evangelio nos adentra en la segunda parte del discurso que Jesús pronuncia en la sinagoga de Cafarnaún sobre el pan de vida. Los oyentes, cuando las palabras de Jesús les piden que se impliquen en el misterio mismo de Jesús, le interrumpen y comienzan a murmurar contra él: "¿Cómo puede este darnos a comer su carne?". Se sienten saciados de la vida que llevan. Aunque esto no sea verdad. Quien está saciado de sí mismo no pide. En realidad, aunque estuviéramos saciados y rodeados de bienes, comida y palabras, seguiríamos teniendo hambre, de felicidad, de amor, de atenciones y de apoyo. Deberíamos imitar más a los pobres que tienden la mano para pedir ayuda y lo hacen con insistencia. En una sociedad que se cree saciada y consumista, pero que en realidad es frágil y está llena de miedos, ellos pueden convertirse en los maestros de una nueva vida. Sacan a la luz lo que somos en secreto: mendigos de amor y atención. Los pobres tienen hambre, y no solo de pan, sino también de amor. Nosotros también. Jesús sigue diciéndonos: "Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros". Para tener la vida, no basta con desearla, no basta con entender, es necesario comer, alimentarse del Evangelio y del amor de los hermanos. Es necesario hacerse mendigos de un pan que el mundo no sabe producir y en todo caso no sabe dar. La mesa de la eucaristía se nos da gratuitamente, todos podemos participar de ella. Y cada vez que participamos anticipamos el cielo en la Tierra. En torno al altar encontramos lo que alimenta y sacia nuestra sed hoy y para la eternidad. Y de este alimento aprendemos lo que es la vida eterna, la que vale la pena vivir: "El que me coma vivirá por mí".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.