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VII Estación


 
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VII Estación
Después de la condena

Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Le desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura; y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!»; y después de escupirle, cogieron la caña y le golpeaban en la cabeza. Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y le llevaron a crucificarle. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y le obligaron a llevar su cruz. Llegados a un lugar llamado Gólgota, esto es, «Calvario», le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo. Una vez que le crucificaron, se repartieron sus vestidos, echando a suertes. Y se quedaron sentados allí para custodiarle. Sobre su cabeza pusieron, por escrito, la causa de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos.» Y al mismo tiempo que a él crucifican a dos salteadores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
(Mt 27, 27-38)


dal film
"Il vangelo secondo Matteo"
di Pier Paolo Pasolini
La crocifissione


Después de la tortura viene la ejecución de la sentencia, con un afligido cortejo fuera de la ciudad, a un lugar llamado “calvario”. A continuación, la motivación de la condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Como en todas las partes del mundo: muchos hombres y mujeres son torturados. No conocemos sus nombres. Quizá preferimos no hablar de ello, pero sabemos que esta dura realidad existe, aunque hoy dé más vergüenza hablar de ello que ayer. No es siempre la misma cruz, pero hay muchas cruces que matan. Jesús no ha pasado por un camino diferente al de los torturados y condenados. Ha escogido no huir, entre los muchos caminos posibles, del más feo, el más doloroso y humillante de todos: el que nadie quiere recorrer y todos quieren olvidar a toda prisa.

Viéndole, pasaban de prisa y meneaban la cabeza: Tanto hablar, y ¿después? Los sacerdotes se burlaban de él. Burlarse era para ellos un modo de hacerse ver finalmente serenos, seguros, afirmados. Reían, habían vencido, ¿será posible que ese pequeño hombre que ahora está sobre la cruz diera tanto miedo? Habían tenido miedo pero ahora reían tranquilos: “He aquí el que cura a los leprosos” “He aquí el que resucita a los muertos y hace caminar a los cojos”. Y después el desafío: “Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él”. Le echan en cara la palabra de Dios. “Si Dios no le libera, esto significará que no le quiere”. Para ellos, la cruz era el final de una pesadilla.

A partir de aquel momento, en Jerusalén sólo hablarían ellos. En la oscuridad de la tortura y del corredor de la muerte, Jesús ya no podía ver nada más delante de sí. Ha confiado en el futuro que viene de Dios. Ahora, viéndole crucificado, todos pueden menear la cabeza y decir: se ha equivocado, perdió la apuesta. Le toman el pelo incluso los ladrones crucificados de la misma forma. Como todo hombre derrotado, Jesús está solo. Jesús está totalmente solo en la cruz.

En la vida, hay quien tiene el poder para divertirse a costa de los demás, haciéndoles la vida imposible. Son los pequeños poderosos que pueden hacer el mal y hacer vivir mal. Esta actitud es causa de amargura para la vida de muchos. Los soldados no son verdugos, probablemente son buenos con su gente, pero malvados con el hombre que sufre. Para ellos todos los hombres son iguales: la vida de Jesús, un condenado a muerte, no vale nada. Pero Jesús muere como todos y por todos, porque toda vida tiene un valor.

El sol se pone, y Jesús es el sol que ha iluminado la vida de muchos, la luz de muchos hombres. El Viernes Santo, en el momento de la cruz, el sol se oculta y llega la oscuridad. “hubo oscuridad sobre toda la tierra”. Pero cuando el sol empieza a ocultarse, cada uno de nosotros se da cuenta de cómo ha vivido, en su breve o largo día, una complicidad hacia aquella cruz y hacia aquel atardecer.