El debate que se celebró en el ISPI de Milán el pasado 28 de junio a partir del libro “Hacer la paz: la Comunidad de Sant’Egidio en los escenarios internacionales” fue la ocasión de realizar una reflexión coral sobre las experiencias de pacificación de la Comunidad que se detallan en el libro, y de las que hacemos un resumen.
En el debate, moderado por Milena Santerini, intervino Marco Impagliazzo, que recordó la particularidad de Sant’Egidio como “sujeto internacional muy particular”, que a lo largo de los años ha querido “cultivar una esperanza, realista y tenaz: la paz es posible si se buscan los caminos para alcanzarla, con paciencia, reconstruyendo las fracturas, creando un armazón de garantías para el futuro, demostrando que no hay nada peor que la guerra, dando cauce de expresión a la voluntad de paz de pueblos “rehenes” de la guerra.
“Hay una continuidad entre sus acciones en favor de la paz internacional y las que llevan a cabo a nivel local en Italia. Si no hubiera un valor único y compartido –el sentido de la justicia social– probablemente no impulsarías acciones de solidaridad en ningún lugar”, afirmó Giuseppe Guzzetti, que subrayó también la afinidad con la Fondazione Cariplo que él preside: “Garantizar la justicia social, el apoyo a quien pasa dificultades, a los excluidos, a las categorías débiles (los ancianos, los niños, los discapacitados, los extranjeros, aquellos que están al margen de nuestras sociedades) es la mejor manera de que no estallen conflictos, que no podemos denominar guerras, pero que tienen el mismo deplorable resultado: la ausencia de paz. Ese es el objetivo que impulsa a la Comunidad de Sant’Egidio y en el que he encontrado rápidamente una importante afinidad con nuestra Fundación. Las guerras muy a menudo se producen por dos causas concatenadas: las condiciones culturales y religiosas que se encuentran en ciertas realidades del mundo. En ese campo la Comunidad de Sant’Egidio ha demostrado tener un papel fundamental, haciendo de amortiguador en las tensiones de los países en los que trabaja, favoreciendo el diálogo entre las personas, practicando la diplomacia real. La segunda: los problemas de carácter económico. Esta crisis mundial ha demostrado que la relación entre el hombre y la economía, si no se caracteriza por la defensa de valores éticos, crea desastres de los que hemos sido espectadores en estos 3 años (G8, G20, etc). Todo ello, es decir, la economía desvinculada de la centralidad del hombre, no compensa. Las palabras “responsabilidad social, empresa y ética” se utilizan en muchos contextos pero tienen una sola raíz: la responsabilidad para con los hombres, para con el territorio en el que vivimos. Abandonar los países en vías de desarrollo a su destino, como se recuerda en Caritas in veritate, lleva tarde o temprano a pagar precios muy elevados, tanto en términos económicos como –sobre todo– en términos sociales. La cadena que une al hombre y la economía no se puede romper; para unir a uno y a la otra hace falta la ética”.
Por último, también a partir de la experiencia de colaboración con la Comunidad en el Proyecto Malawi, el presidente Guzzetti subrayó el concepto de “Diplomacia sanitaria”: “hay muchos problemas vinculados al sida: no se trata de dar los fármacos o de hacer millones de pruebas, el problema es educar en salud, muchos rechazan la asistencia por motivos culturales. El objetivo de derrotar la enfermedad no se logra vacunando a millones de personas sino enseñándoles a no contraer la enfermedad. Se trata, pues, de enmarcar la intervención en un programa más amplio, en el que el aspecto sanitario sea un aspecto de esta diplomacia”.
Este enfoque original es uno de los aspectos de lo que Lorenzo Ornaghi, rector de la Universidad Católica, denominó “la anomalía” o mejor dicho, “la paradoja de Sant’Egidio”, que, en su opinión, se sitúa plenamente en el contexto histórico actual, en el que “el crecimiento del papel, de los ámbitos y de las actividades de la Comunidad de Sant’Egidio obedecen o están en relación a las transformaciones del sistema internacional que han ampliado la presencia de sujetos y sobre todo está directamente relacionada con lo que es la característica del sistema internacional ‘fluido’. ‘Fluido’ porque llega tras las dos grandes tragedias de las dos guerras mundiales, tras la caída de la centralidad de Europa en cuanto sujeto principal de la escena internacional.
Ornaghi también reflexionó sobre la raíz cristiana de esta actividad “diplomática” que se mueve “entre realismo y generosidad cristiana: el reto de la búsqueda de lo imposible. Sólo retando a lo imposible podemos hacer realidad lo posible. Por eso se han perseguido toda una serie de acciones o objetivos aparentemente imposibles según el sentido común, y al final se ha hecho realidad lo que era posible.
Pero en la lectura global los episodios se recomponen y así, de la aparente fragmentación histórica sale el marco que se traduce en la acción de la Comunidad de Sant’Egidio dentro de este sistema global, que sigue siendo fuertemente territorial. Creo que la fuerza de esta aparente anomalía consiste en moverse en una visión global también en los aspectos más locales: no hay una historia menor y una historia en mayúsculas; en ese sentido dentro de dos siglos los historiadores deberán actualizar las categorías de la historiografía de los estados, de las diplomacias tal como las hemos conocido nosotros. Bajo ese punto de vista, los ejemplos de los distintos ensayos, de los distintos capítulos no son testimonios personales, sino que ya forman parte de una historia”.
Una historia –concluyó– condensada en el título “hacer la paz”, que es una de las expresiones más hermosas porque cuando hay rencillas dentro de una comunidad, dentro de una familia humana, al final se dice: “hagamos la paz”. Así pues, no es cierto que el conflicto sólo se pueda resolver mediante la destrucción del enemigo, sino que hacer la paz es recomponer un conflicto, que tal vez era durísimo, en vista de un futuro mejor para todos, para toda la familia humana de la que también los contendientes continuarán siendo componentes”.
En conclusión, Sergio Romano, editorialista del Corriere della Sera, volviendo a las consideraciones de la introducción al libro de Andrea Riccardi, sobre lo que Sant’Egidio “no es” respecto a los tradicionales actores de procesos de paz, analizó las distintas tipologías de conflictos, seleccionando aquellas en las que la intervención de Sant’Egidio demostró tener mayores posibilidades de éxito gracias, entre otras cosas, a un profundo conocimiento del país, de la historia, del pueblo:
“el conflicto en el que las partes empiezan a cansarse: advierten el sentimiento de la futilidad de lo que están haciendo y entienden que no obtendrán jamás aquello por lo que están luchando. Entonces, partes de una y otra facción empiezan a preocuparse por encontrar un compromiso. Aquel es el momento en el que podéis intervenir: así fue en Mozambique y en Guatemala, llegasteis en el momento justo. Obviamente no es tarea fácil llegar en el momento justo, porque estos movimientos de opinión nunca son claros, visibles y descifrables. Hay que entenderlos e interpretarlos, a menudo son generacionales: a menudo hace falta que una generación entera se consuma en el drama de la guerra antes de entender que así no se puede continuar.
Entonces vuestro problema es el de entender el momento justo y favorecer la difusión de este sentimiento entre ambas facciones.
La Comunidad de Sant’Egidio tiene este mérito: la capacidad de intervención no la tiene porque es cristiana, sino porque es culta. Cuando sus miembros van a hablar a un determinado país, conocen las situaciones, la historia, los líderes, los programas, los puntos débiles, pueden dialogar con aquella gente”.
Por último, Romano enumeró los puntos de fuerza de la acción de Sant’Egidio, “de un éxito de paz la Comunidad puede obtener sólo ventajas morales. Porque el mediador muchas veces es mirado con desconfianza, porque se piensa que también él puede beneficiarse de una solución o de otra. Por eso el mediador es mirado con desconfianza… En cambio, la Comunidad puede decir que tiene suficiente con la satisfacción moral de llegar a buen puerto. Toda batalla vencida os da autoridad, no riqueza o poder, sino autoridad, y por tanto, os sitúa mejor para afrontar la siguiente batalla”.
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