La lucha por la propia dignidad
La dificultad o la imposibilidad de realizar algunos gestos habituales de la vida de cada día repercuten en el equilibrio de quien se ve obligado a vivir en la calle; cambiarse de ropa, lavarse, cortarse el pelo, son un gran problema. En realidad, representan para todos el símbolo de la dignidad de la propia persona: estar sucios o ir mal vestidos es como haber perdido la propia dignidad.
Hay quien emprende entonces una batalla cotidiana para mantener un aspecto digno, entre los horarios de los pocos servicios de ducha gratuitos y de los centros de distribución de ropa. Algunos sucumben en esta carrera de obstáculos y se abandonan a sí mismos. Mientras más fuerte es el aislamiento más se pierden los motivos para cuidar la propia persona: pero no implica la pérdida del gusto o el deseo de hacerlo.
Detrás de estas personas aparentemente embrutecidas, sin atención a costumbres irrenunciables para nosotros, se entrevé una realidad de dignidades humilladas, de deseos inexpresados y esperanzas desatendidas.