Es una tragedia que nunca acaba. La de los prófugos que pierden la vida en el Mediterráneo. Las dimensiones de las últimas tragedias son impresionantes. Según los testimonios recogidos por la Guarda Costera sobre el barco de Lampedusa viajaban en total 136 inmigrantes, entre ellos 10 mujeres y 6 niños. 56 han sobrevivido. 80 personas oficialmente "desaparecidas".
Se suman a los 46 supervivientes y a los 61 adultos y 31 niños, entre ellos 3 bebés, desaparecidos con el barco que se hundió frente a Izmir, frente a las costas de Ahmetbeyli. Las víctimas y los supervivientes de Lampedusa eran tunecinos; los accidentados ante las costas de Turquía eran sirios, palestinos e iraquíes que se dirigían a Grecia. Quien sigue vivo durante estas horas en Lampedusa lo debe a la extraordinaria labor de la guardia costera y a las patrullas "para la vida".
Es el tiempo de la tristeza y la pena. Porque cada italiano debería sentir esta pérdida como una tragedia familiar. Es el tiempo para iniciativas valientes, italianas y europeas, de cooperación internacional en el Mediterráneo y África, para reconstruir posibilidades de esperanza y vida. En lugar de políticas de contención que sólo aumentan el precio a pagar: el riesgo de la vida, la dificultad y la longitud de los viajes, y los beneficios de los traficantes de vidas humanas.
Es el tiempo de políticas innovadoras que den respuesta a las demandas de democracia y dignidad en los países del Mediterráneo, que no pueden pasar por una intensificación de los conflictos, la violencia y las guerras, que han dado hasta ahora resultados fallidos. |