El pasado 18 de octubre, se ha celebrado en la catedral de Barcelona una Liturgia eucarística en ocasión del 40 aniversario de la Comunidad de Sant’Egidio, presidida por el cardenal Lluís Martínez Sistach. Muchis amigos se han reunido alrededor  de la Comunidad para celebrar este momento de alegría y agradecimiento.

Homilía del arzobispo de Barcelona, cardenal Lluís Martínez Sistach

Estamos reunidos en nuestra querida catedral basílica de Barcelona para la eucaristía dominical. Hoy lo hacemos para dar gracias a Dios por los muchos dones que recibimos de su bondad y de manera especial para darle gracias por el 40 aniversario de la fundación de la Comunidad de Sant’Egidio. Se trata de una asociación de cristianos con aprobación pontificia, presente en setenta países del mundo y también en nuestra diócesis. Con alegría presido esta celebración como pastor de esta iglesia de Barcelona y exprimo así mi agradecimiento a la Comunidad por el trabajo que des de hace tantos años desarrolla en la archidiócesis y por todo el bien espiritual, social y cultural que está haciendo en tantos lugares del mundo. Recuerdo de manera especial el trabajo ecuménico y interreligioso que desarrolla, y en particular, el Encuentro Internacional para mantener vivo el espíritu de Asís, después de aquel histórico encuentro de líderes de las grandes religiones del mundo para rezar por la paz. Me uno, queridos miembros y amigos de la Comunidad de Sant’Egidio, a vuestro dar gracias a Dios por el carisma que ha dado al fundador de la Comunidad, nuestro querido profesor Andrea Riccardi. 

El mundo atravesaba momentos difíciles en aquel mayo del 68 del siglo pasado, ahora hace cuarenta años. Se quería construir un mundo sin Dios. Se quería crear una humanidad como si Dios no existiera. Y fue justamente en medio de aquella gran convulsión occidental que la Comunidad de Sant’Egidio ha comenzado a caminar, como una pequeña semilla que ha dado fruto y se ha convertido en un árbol grande que da frutos buenos y amparo en muchos países del mundo. Como ha afirmado Andrea Riccardi, “un empuje vital animaba a las jóvenes generaciones a construir un mundo mejor… Buscábamos un mundo nuevo y hemos entendido que debíamos renovarnos personalmente y constantemente”.

Con este carisma y su difusión, el Señor ha querido tomar a tantísimas personas, como ha hecho con Ciro, en el texto del profeta Isaías que hoy nos ha hablado, para decir a cada una de estas personas: “te he llamado por tu nombre y te he ennoblecido, sin que tú me conozcas".

Para realizar este proyecto de fe y de amor habéis puesto en el centro de vuestra vida a Jesús. Han entrado en el profundo de vuestros corazones, como un don precioso de Dios, estas palabras que Él ha inspirado al profeta Isaías: "Yo soy Yahvé, no hay ningún otro; fuera de mí ningún dios existe”. Y habéis escuchado las palabras que el Apóstol Pablo nos ha dirigido hoy: “Conocemos, hermanos queridos de Dios, vuestra elección”. Por eso estáis contentos de ser cristianos y hijos de la Iglesia. Lo proclamáis con un grito de alegría. Hoy hay mucha necesidad de esto para ser testimonios de Jesús en el mundo, para vivir la felicidad que da la fe y para manifestar a los jóvenes y a los adultos que están a nuestro alrededor que sólo el Señor llena totalmente de alegría nuestro corazón y da un sentido alegre a nuestra vida. 

El carisma que vive la Comunidad de Sant’Egidio hace centrar la vida en Cristo y verlo en cada persona y en particular en los pobres, recordando que Él nos ha dicho que se identifica de manera preferente con los pobres, los enfermos, los inmigrantes y los necesitados. Esto nos empuja a vivir la vocación del “buen samaritano” de aquellos que viven situaciones de marginación. Por esto los pobres se han convertido en los amigos de la Comunidad, y forman parte de la gran familia de Sant’Egidio porqué no solo son asistidos, sino también acogidos con afecto y amistad.

La fe cristiana vivida con autenticidad nos empuja siempre a gastarnos en el servicio a los hermanos. Así ha hecho siempre la Iglesia. El espíritu empuja a los cristianos a dar respuesta a los nuevos problemas y a las nuevas necesidades que surgen en la sociedad. La Comunidad de Sant’Egidio mira de manera especial a África, este continente tan vecino de Europa, pero tan poco presente. África está en vuestro corazón con sus grandes recursos humanos, pero también donde el materialismo humilla al hombre con la violencia, la pobreza, el SIDA, el culto al dinero, haciendo confusa la imagen de Dios.

En el Evangelio de hoy, Jesús ha dado una respuesta llena de sabiduría y que se ha convertido en un patrimonio de la humanidad. A la pregunta de los fariseos y de los herodianos sobre si era lícito o no pagar tributo al César, Jesús, mirando una moneda del tributo en la cual estaba la imagen del César, responde: “Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios”. 

Estas palabras de Jesús se han convertido en una regla de oro para las relaciones entre el que es religioso y aquel que es profano, con el fin de que las personas puedan vivir con pleno respeto al derecho fundamental de la libertad religiosa. Es también una regla de oro para las relaciones entre la Iglesia y el Estado, entre la comunidad religiosa y la comunidad política. Se trata de dos comunidades diferentes y autónomas con objetivos diferentes, pero entre ellos hay que haber cooperación porqué ambas están al servicio de la realización personal y social de las mismas personas. 

El concepto de laicidad positiva, sana y abierta, no es nada extraño en la tradición cristiana. Benedicto XVI ha subrayado su inequivocable matriz cristiana. Su fundamento está precisamente en las palabras de respuesta de Jesús a los fariseos que hemos escuchado en el Evangelio. Es bien legítima una sana laicidad del Estado, en virtud de la cual las realidades temporales se gobiernan según normas que le son propias, pero, sin excluir, las referencias éticas que tienen su último fundamento en la religión. 

Podemos observar que a Jesús le piden sobre los asuntos del César, no sobre los asuntos de Dios. Sin embargo él acostumbraba a elevar sus propias respuestas a un nivel en el cual no vivían aquellos que lo interrogaban. Ya que Jesús ha venido a hablar de Dios, y les hablará de Dios aunque ellos no se lo hayan pedido. En la respuesta de Jesús, “césar” es reducido a su legítima dimensión: la de no ser Dios. Por lo tanto, no es padrón de aquellos valores intocables que son patrimonio del alma (de la persona humana) y de los cuales la persona humana debe dar cuentas sólo delante de Dios.

Los cristianos estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Tenemos responsabilidades en la Iglesia y en la sociedad. Este doble compromiso bautismal lo vive y lo hace más fuerte la Comunidad de Sant’Egidio, mientras se ocupa de la espiritualidad y de la santidad de sus miembros, empujándolos a vivir todo esto también en el trabajo para transformar las estructuras de la sociedad para que crezca en el mundo la paz, la justicia y la fraternidad.