Todavía quedan muchas zonas oscuras en el atentado cometido ante una escuela de Brindisi. Pero no es oscuro el dolor, las víctimas, los heridos, la premeditación, el objetivo, una escuela, los adolescentes. El horror, que persiste. No sabemos si es la criminalidad organizada la que pone en su punto de mira a gente inocente con la excusa de un nombre, la escuela. Con la culpa de tener el nombre de víctimas de la legalidad de héroes de una Italia limpia que nos permite estar limpios también a nosotros, en un tiempo difícil. No sabemos por qué y quién. No sabemos si las causas son otras.
Lo que sí sabemos es que se ha querido matar el futuro, a jóvenes inocentes, tiernos en sus sueños, una mañana cualquiera, un sábado cualquiera, en Brindisi. No se puede matar el futuro. El futuro no muere. Porque no podemos no estar cerca de las víctimas, de los numerosos jóvenes que van a la escuela, de las familias que todavía no comprenden un dolor tan absurdo, imprevisible, estúpido, criminal, insensato, alucinado, calculado, simplemente “mal”.
Aquel que quiere destruir crea dolor y heridas, pero en realidad habla solo de su inhumanidad y, en realidad, no tiene futuro.
Hay muchas preguntas. Y hay una sola respuesta. Todo esto es inhumano, no tiene sentido, no tiene futuro. Quieren matar el futuro, pero no lo lograrán. Crea dolor, heridas terribles. Pero no se puede matar el futuro.
La Comunidad de Sant’Egidio manifiesta su proximidad a las víctimas con la oración, convencida de que hay mucho por construir y por vivir, en la solidaridad, para construir un futuro distinto, con muchos jóvenes como los que hoy son objeto de una violencia agresiva y loca. Es una página triste para Italia, pero también es una nueva página que tenemos que escribir juntos en la responsabilidad, en la solidaridad, en la capacidad de construir nuestro futuro en un tiempo complicado. En el uso de las palabras, que no pueden sembrar odio y desprecio. En los comportamientos. En el rechazo radical de la violencia. Siempre. |